Y la información
fluyó.
Las paredes de
ese pantano antaño tranquilo y con capacidad limitada de información por el
ocultismo centralista, comenzó a agrietarse con la llegada de ese nuevo caudal
de datos, noticias e información. El mantenimiento de sus paredes había sido
descuidado desde una pasividad exacerbada de Madrid debido a su confianza ciega
en que nada llegaría a saberse. Sin percatarse, sin querer darse cuenta, el
empuje natural derivado del aumento de presión alimentado por la llegada de más
información, fue poco a poco haciendo mella en las viejas paredes de aquel
pantano sin que nada, ni nadie, diese pasos para resolver la más que evidente
consecuencia. No se abrieron las esclusas.
No hubo gestos o toma de decisiones para mitigar o disminuir la presión.
La pared cedió, y
la naturaleza siguió su curso. Aquel pantano no se había preparado para
aguantar tal alud de evidencias y de cifras y cedió. Por fin Catalunya rompió
las barreras artificiales que desde hacía 300 años no dejaban a este pueblo
expresarse como tal.
Es una visión
metafórica y simplista del proceso que vivimos actualmente si quiere verse así,
pero creo que resume de forma muy gráfica el origen y la naturaleza de éste.
Los catalanes
llevamos años viviendo bajo un eterno manto de conformismo, asumiendo como natural
nuestro estatus y entendiendo que el papel que jugábamos en esta relación
“forzada” con el estado, era el que nos correspondía. Así nos han “educado”
siempre. Catalunya debe ser solidaria desde su supuesta situación privilegiada.
Catalunya debe entender la necesidad del resto de comunidades y contribuir
desde su mal percibida riqueza. Catalunya debe asumir como propia una lengua
que llega desde otras regiones de la península como una vía para mantener viva
esa relación de la que hablamos, aunque sea a costa de sacrificar el uso de la
suya. Catalunya siempre es la que debe modificar su naturaleza para adaptarse a
las necesidades de los demás, pero nadie jamás nos ha recordado que Catalunya
tiene una historia propia, ANTERIOR a la del propio estado del que ahora forma
parte, y tan o más rica en aspectos culturales, gastronómicos, científicos,
lingüísticos y demás ámbitos.
En mi época de
estudiante de bachillerato, - y me remonto a la época de transición democrática
en la cual la educación no estaba todavía transferida a los gobiernos
autonómicos -, la asignatura de historia evitó siempre detallar de forma
estricta y fehaciente los hechos más relevantes en torno al origen de España
como estado. La guerra de Sucesión era tabú, los 40 años de dictadura de Franco
ni se nombraban. Parecíamos vivir en un estado de armonía alcanzado por la
lógica natural de los hechos, muy alejada de la cruenta y dura realidad
histórica.
Pero todo eso ha
evolucionado, y la llegada de la época o los tiempos de la comunicación ha sido
el detonante que ha hecho despertar a un pueblo que hasta hace bien poco vivía
aletargado.
Las balanzas
fiscales se han publicado tras largos años de reclamación por parte del
estamento político catalán. El que hasta hace poco fuera el secreto mejor guardado
por parte del estado español ha visto la luz. Y con él la primera de las
grandes injusticias a las que se viene sometiendo al pueblo catalán.
Con esa
información ha llegado la confirmación en números de lo que los catalanes
veníamos observando como un hecho desde hace decenios. Acostumbrados a convivir
con estructuras de comunicación inalteradas los últimos 30 años, a servicios de
cercanías o de transporte a años luz de los que disfrutan en la capital del
estado, o a saber que para utilizar una vía medianamente rápida y en
condiciones nos iba a tocar rascarnos el bolsillo, veíamos pasar los días bajo
esa actitud conformista y claudicada, convencidos y adormilados en gran parte
por una historia de sometimiento de 40 años de dictadura, y de continuas cesiones
a lo que desde el resto del estado se vendía como necesaria solidaridad.
Y todo ese flujo
de información ha sido el resorte que ha activado a la sociedad catalana. Eso y
la llegada de nuevas generaciones que no están dispuestas a admitir como normal
algo que no lo es. Y aunque desde el punto de vista unionista no parece verse de
ese modo, Catalunya ha hecho movimientos previos para tratar de alcanzar un
equilibrio que evitara la ruptura de la pared de ese pantano imaginario. Todas
las iniciativas posibles han sido disparadas siempre desde Catalunya. El
intento de establecer un concierto económico razonable a través de un nuevo
estatuto, las propuestas de establecimiento de un estatus federal basado en una
mayor autonomía, y demás iniciativas que siempre han recibido la misma
respuesta. Un NO rotundo sin negociación posible.
Desde el gobierno
del estado, lejos de percatarse de la naturaleza del proceso y asimilarlo no
como algo político, sino como un movimiento nacido del pueblo catalán a raíz de
esa información que le había sido negada hasta ahora, se resisten a admitir la
“catástrofe” que supondrá para ellos la secesión del territorio catalán, y
pretenden combatirlo con actitudes que no hacen sino que alimentarlo todavía
más.
En lugar de abrir
las esclusas, en lugar de sentarse a negociar y buscar una forma para aligerar
esas tensiones, se cierran en banda y elaboran una serie de estrategias basadas
en una negación del problema inicial, una semi-aceptación postrera que combaten
con tácticas mediáticas de miedo y desacreditación del movimiento separatista,
y una última fase donde acuden al contraataque a través de medidas de asfixia
económica o leyes educativas que buscan claramente recentralizar la gestión de
supuestas herramientas que creen les ayudará a recuperar un control perdido
desde hace tiempo.
Esa evolución se
habría evitado si desde un primer momento Madrid y su gobierno hubieran
entendido que Catalunya no rompe con España debido a la voluntad de sus
políticos y supuestos adoctrinamientos hacia la masa. Más bien al contrario,
este movimiento es el que ha adoctrinado a la clase política para definir
claramente los movimientos que debían realizar, y es la que marca el curso de
las decisiones a seguir.
España
minusvalora lo que esos años de sometimiento y abusos han significado para el
pueblo catalán. Intenta “amenazar” con anuncios apocalípticos respecto al
estado en que quedará Catalunya si abandona España. “Saldréis de la UE”, dicen.
“Seréis un estado paria para el resto de países de Europa”, sentencian. Acuden
incluso a argumentario infantil al comparar consecuencias irrelevantes
comparadas con la magnitud y trascendencia del proceso, como cuando hablan de
que el Barça dejará la liga. Esas afirmaciones son las que demuestran en gran
manera lo poco que desde fuera se entiende e interesa que se entiendan las
razones de fondo que alimentan esta separación.
Y hablo de
minusvaloración porque el pueblo catalán tiene muy en mente esas posibles
consecuencias (muchas de ellas pendientes de demostración por aquellos que las
defienden). Y siendo posibles, la energía que mueve a Catalunya lejos de
decrecer, aumenta. ¿No será eso una demostración plausible para España de que
Catalunya está considerando que incluso bajo esa situación apocalíptica, salen
ganando con respecto a su estatus actual si siguen empujando para ello? ¿No es
eso suficiente demostración del problema que supone mantener el status quo actual?
Ya no hay vuelta
atrás. Es evidente que los caminos elegidos por unos y otros hacen imposible
que esta relación se mantenga. España se resistirá hasta el final desde esa
visión posesiva que tienen respecto a lo que Catalunya ES con respecto a ellos.
Nunca entenderán que un pueblo lo es en base a unos sentimientos, amparados
éstos en la identificación con una historia, unas costumbres y tradiciones y
una lengua que hace a los que conforman esa identidad únicos que no mejores, y
diferentes que no superiores, a aquel
estado del que se les quiere forzar a formar parte.
Catalunya se
separará de España de la forma que corresponde a los tiempos que vivimos, en
una Europa consolidada democráticamente y que no va a permitir que lo que ahora
definen como problema interno, se metastatice hacia el resto de la unión. Y no
tienen más camino para evitarlo que posicionarse en una defensa de la opción de
los pueblos a proclamarse como tales, y a definir de forma plenamente
democrática cuál debe ser su camino.